La irrupción del COVID-19 ha crispado el orden mundial y llevado contra la pared, incluso al colapso en algunos países, los sistemas sanitarios. La dimensión del virus abarca todos los ámbitos de la vida y expande sus efectos mucho más allá del aspecto estrictamente sanitario. El pánico general, atizado en buena medida por la sobreinformación y las noticias falsas, tomó niveles extraordinarios.
En el contexto de una crisis económica global sin precedentes, superior a la de 2008-09, la recesión se ve reflejada en variables económicas como la producción de bienes y servicios, el empleo y la capacidad de consumo de amplios sectores de la población mundial. Ante la “parada en seco” del vertiginoso desarrollo tecnológico de las últimas décadas y la puesta en jaque de los esfuerzos por combatir el cambio climático, se dibuja un panorama bastante desalentador. No faltan las interpretaciones y análisis teñidos en tonos apocalípticos y sí, la realidad nos habla de una grave situación.
¿Será que la forma en la que vivimos cambiará para siempre, que nos sumiremos en un ciclo regresivo y que veremos malogrados los esfuerzos para hacer sostenible nuestra vida en el planeta?
Sin lugar a duda, el reto al que nos enfrentamos no tiene precedentes y por supuesto que nos obliga a reorientar el curso de forma drástica y quizá definitiva, casi como un mecanismo de sobrevivencia. Tendrá lugar una crisis económica que, con mayor o menor gravedad, afectará a todos los sectores de la sociedad y ámbitos de la vida de las personas. Es esta una realidad insoslayable a la que no podemos voltear la cabeza, pero ello no tendría que ser la máxima con la que nos proyectemos a futuro.
Aún a riesgo de depositar una excesiva confianza en la muy humana capacidad de enmendar el camino cuando nos hemos equivocado, prefiero decantarme por otros derroteros: El COVID-19 nos ha puesto ante un problema -o varios-, pero también ante una oportunidad.
Oportunidades a futuro
Es momento de redireccionar la inversión hacia proyectos de desarrollo que permitan y estimulen la industria nacional, la generación de empleos y en consecuencia abran paso a la capacidad adquisitiva de la población. Esto pareciera una obviedad, pero debemos añadir otra variable que matiza su prospección: la sostenibilidad de ese crecimiento. Para ello es imprescindible que hoy revisemos, replanteemos y transformemos los paradigmas de producción y consumo a los que nos hemos adherido, los que han dado al traste con la situación ambiental y climatológica en la que nos hallamos.
Los efectos de la crisis son ya notorios en pequeñas y medianas empresas, las primeras en ver comprometida su permanencia ante la dificultad de llevar su oferta a los consumidores. Dada la limitación actual de desplazamientos de la población, pero sobre todo por la inexistencia -al menos para la mayor parte- de una red de distribución efectiva, muchas han tenido que cerrar operaciones de forma temporal, otras definitivamente. Esto plantea la urgencia de crear un sistema de compras y distribución local/nacional que comprenda la oferta de pequeñas y medianas empresas de forma integrada y no quede a las capacidades de cada una para hacerlo, para lo cual el uso de plataformas virtuales con ese fin, a la par de un soporte logístico propio, viabilizará el mantenimiento de operaciones aún en momento de crisis sanitarias como la actual.
Por otra parte, la desaceleración del desarrollo tecnológico prevista, abriría una oportunidad única de enfocar la recuperación y concentrar los esfuerzos, en lo sucesivo, hacia el fomento de tecnologías limpias y la innovación para la sostenibilidad; donde el estímulo de las capacidades esté regido por la búsqueda creativa de soluciones, desmarcada de esquemas fracasados.
La mirada hacia lo local deberá acompañarse por la generación de alternativas novedosas, donde la innovación para la sostenibilidad sea la punta de lanza de la propuesta de valor de empresas y proveedores. Esto de cara al crecimiento exponencial de la demanda, por parte de consumidores, de estándares de producción que integren lo ambiental, económico y social en cada parte del proceso.
Hemos visto, no con poco asombro, cómo los niveles de contaminación atmosférica del planeta han descendido a mínimos increíbles en la sociedad posindustrial. De manera forzosa fuimos precisados a darle ese necesario respiro al planeta con la implementación del teletrabajo y la apertura de espacios virtuales de interacción laboral, educativa y social. No obstante estar en un mundo tremendamente interconectado, lo que desencadena el COVID-19 muestra que aún no hemos llevado al siguiente nivel las potencialidades que ello brinda. Valdría la ocasión para sacar todo el provecho posible de la experiencia y apostar por nuevas modalidades de trabajo y estudio, esto aliviaría sustancialmente la carga ambiental que suponen los desplazamientos innecesarios de ingentes cantidades de personas en todo el mundo.
La situación es un hecho que no podemos ignorar ni podemos detenernos en lamentos infructuosos. Nos deja ante grandes retos y, sobre todo, unas cuantas experiencias. Algunas saltan a la vista: la necesidad perentoria de transformar nuestros hábitos; la conformación de un sistema sanitario integrado que parta del principio de la comunidad global que somos; replantearnos y transformar para siempre los esquemas de producción y desarrollo.
El tema no se agota, pues es un fenómeno en proceso, el cual tendremos que analizar, sacar lecciones y sobre todo actuar de forma mancomunada. La vida en colectivo nos trajo hasta este día y, como tal, deberemos encontrar soluciones y abrir un nuevo camino posible para la humanidad.