Por estos días pre-electorales es frecuente escuchar a las personas quejarse por la cantidad y calidad de candidatos de la oferta presidencial. Entre faranduleros, periodistas, empresarios, médicos, economistas, agricultores, religiosos, maestros y consultores, se vislumbran tanto políticos que han ocupado cargos públicos, como aspirantes que llevan algún tiempo postulándose, y otros que recién incursionan en política, no así en el ámbito público. A la fecha se contabilizan 18 candidatos, pero aún faltan partidos por definir quién los representará.
La preferencia del electorado no es contundente, y en este juego electoral prácticamente cualquiera podría quedar, si un golpe de fortuna les catapulta frente a las masas. ¿Razones?, podrían ser muchas, pero definitivamente no sería un sólido plan de gobierno el que incline la balanza, pues cada vez estamos más lejanos a una decisión acorde a un análisis profundo de la idoneidad para la toma de decisiones del país, ya que acaban siendo muy caprichosas las razones para inclinarse hacia uno u otro candidato.
Lejos de valorar quién es el mejor candidato o la mejor candidata. Esta entrada del blog aspira a presentar el valor del símbolo como detonante de una preferencia electoral. Ese símbolo concierne a lo que representa dicho candidato para las aspiraciones del elector, pues tantas personas como razones podría haber, que, si es el que combate la corrupción, o quien conoce cómo ligarse al entorno mundial, o quien realmente conoce las necesidades del pueblo o quien representa los valores que guían la vida de dicho elector. Incluso ser una cara nueva en la política puede ser razón suficiente para preferir al candidato o candidata, en el tanto lo nuevo se interprete como lo correcto, o como un cambio ante lo que se quiere dejar de vivir.
De cara a un bicentenario, donde la situación actual pocos la tildarán de favorecedora, en el tanto una pandemia, contracción económica y rezago en muchas áreas, vuelve al elector un sujeto poco racional, sus emociones sin duda prevalecerán en la elección. Lo que represente el candidato o la candidata definirá la predilección, y es ahí donde el símbolo y la construcción icónica decidirá.
A mis colegas comunicadores políticos especializados en campañas les invade la duda sobre cómo presentar la oferta que representan. Mientras quienes nos mantenemos analizando el contexto y viendo los hilos moverse en torno a cada candidatura, reconocemos la construcción simbólica donde se presentan como: el bueno, el experto, el nuevo, el honesto, el pobrecito, el culto, el de fiar, el que sabe lo que ocupa el pueblo, y demás apelativos que uso en masculino pues hay 14 candidatos y 4 candidatas, pero que aplican indistintamente el género de la candidatura.
¿Quién quedará?, difícil saberlo, pero que el símbolo pesará, no me queda ninguna duda.