La entrada al blog de esta quincena la quise dedicar a un campo en que incursioné hace cinco años, y que me ha apasionado desde entonces, el de la Comunicación Política. Si bien la política genera sentimientos encontrados, de amor y odio, su profesionalización la considero una meta que como sociedad deberíamos tener. Y no me refiero con esto a que quienes la practican se vuelvan inamovibles, sino más bien, a que se desempeñen con criterios fundamentados, conocimiento de la institucionalidad costarricense, y comprensión del entorno mundial del cual no podemos sentirnos ajenos.
Hoy se acaban de definir las candidaturas de los partidos que realizan convenciones, y si bien no me atrae el trabajo en campaña, sí me deleita su análisis. Ver cómo los precandidatos se constituyen en candidatos, y luego la contienda por la silla presidencial, es un camino donde cada paso cuenta, nada puede tomarse a la ligera, y no se puede tener ninguna certeza, porque en el juego electoral, cualquier movimiento en falso puede traerse abajo las posibilidades de un candidato y catapultar a otro.
Los electores estamos atentos a las posibilidades de los candidatos, sus propuestas y temas vetados, porque todo comunica, hasta aquello de lo cual se niegan a expresarse. En el último tiempo nuestra política electoral se ha vuelto tan impredecible, como sorprendente. Perdimos el sentir del siglo pasado de una fiesta electoral, de concluir tendencias a partir del embanderamiento de las casas, las plazas públicas y que apasionara al punto de querernos mostrar públicamente como afines a un candidato, porque es tal el desencanto, que la tendencia de nuestros días es querer pasar desapercibida la preferencia electoral, para no “cantarse” en caso de que con el tiempo defraude dicho candidato al asumir el poder.
La campaña, antesala del acceso al poder
Las expectativas del electorado pasan por sus necesidades, su percepción de lo bien o mal que está el país, se ve impactada por lo que tiene o no resuelto. El gran pecado que puede cometer un precandidato es alinear sus promesas con expectativas que no podrá cumplir, si bien siempre habrá compromisos, como parte de la oferta de valor que ofrece, sentir la presión de ofrecer lo que no tiene certeza que podrá resolver, será el peor preámbulo para el inicio de un cargo público, que eventualmente podría ocupar. En síntesis, la campaña electoral condiciona el gobierno.
Otro grave error es concentrarse en las necesidades de un territorio y no en atender las particularidades de cada uno; a su vez, la institucionalidad presenta limitaciones, que quien no ha tenido con antelación acceso al poder, creerá que puede cambiar. Si bien siempre se pueden encontrar soluciones a los problemas históricos, de haber voluntad política, tampoco es algo que un gobernante que no cuente con respaldo de otras fuerzas, mediante consensos, podrá solucionar. Si fuera fácil los antecesores ya lo habrían hecho.
Las campañas suelen ser procesos muy planificados, idealizados, estéticamente cuidados y donde no resulta tan difícil mostrar coherencia ideológica; sin embargo, el gobierno es el que enfrenta a nuevas realidades, donde hay que estar muy firme en las convicciones para no quebrarse en el proceso.
Diferenciarse de cara al elector, para lograr el favor popular del voto, pasa por una toma de conciencia sobre lo que se es, lo que se puede ofrecer, y lo que responsablemente no se puede asumir, porque no es una labor exclusiva del cargo por el cual se opta. Las expectativas son intangibles y pueden comprenderse como un estado anímico. Llegar al poder con altas expectativas, es proporcional al desencanto popular de no cumplirse, y es que el electorado no espera, exige inmediatez en las soluciones, y es por esto por lo que, en los “100 días” esperan respuestas, y no solo inventarios de lo que el nuevo gobernante encontró.
Pregunto a los lectores ¿cuál es el posicionamiento alcanzado por la propuesta electoral de sus predilectos? ¿sabrían resumirlo en tres ideas?, solemos prestar mucha atención a lo que descartamos, pero poco a lo que elegimos, porque en ocasiones tememos se nos cuestione dicha elección, y no poder sostener con argumentos el porqué de nuestra preferencia.
El posicionamiento es el mayor patrimonio político, de acuerdo con Adoni Aldekoa de Polilogy, “La campaña electoral es el momento esencial en el que se genera el posicionamiento de un político, debido a que es el periodo de gran exposición pública y de gran presencia en medios de comunicación donde el candidato se presenta a la sociedad, por lo tanto, al finalizar la campaña tendrá atributos formados y una imagen establecida con la que llegará al gobierno”.
Finalmente, abordando lo límites en la campaña, se juega a ganar, pero no se puede hacer de esto la soga al cuello. Sigamos expectantes, analíticos y exigentes, para que el día que nos corresponda dar el voto, lleguemos con ilusión a apostar por un proyecto político y no con desidia a descartar.